“Pandemia de las desigualdades”

“Sin título. Mujer sobre butaca”, Dinorah Bolandi (1955)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr

María José Chaves Groh
Centro de Investigación en Estudios de la Mujer
Universidad de Costa Rica
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Número 15

Publicado: 28 de mayo de 2020

El 11 de marzo pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó el estado de pandemia ante la propagación del COVID-19. En respuesta a esta alerta y como medida preventiva por la rápida transmisión del virus, distintos gobiernos tomaron disposiciones para el aislamiento en todos los niveles, desde el cierre de fronteras hasta pedirle a las personas que permanezcan en sus casas.

El confinamiento como medida sanitaria ha develado amplias y profundas desigualdades sociales que en América Latina adquieren un carácter descarnado por tratarse de la región más desigual del mundo. Esto lo vemos desde el llamado a lavarse las manos, en una región donde 3 000 millones de personas no tienen acceso a agua potable; hasta pedirle a la gente que se quede en su casa, cuando la mitad de la población trabajadora está en el sector informal que, según OIT, representan 140 millones de personas.

Sin embargo, la pandemia, como las desigualdades, no se leen de forma homogénea. En las siguientes líneas quisiera problematizar brevemente algunas desigualdades de género prexistentes al COVID-19. No pretendo enumerar todas las manifestaciones de las desigualdades, pero me detengo en éstas porque considero que han sido históricamente naturalizadas y frente a esta coyuntura corremos el riesgo de pasarlas desapercibidas, sin hacer nada para mitigarlas durante la crisis de la pandemia, ni después de ella -si es que tal cosa llega a suceder en el mediano plazo-. De hecho, diferentes organismos internacionales (ONUMUJERES, el Fondo de Población de Naciones Unidas-UNFPA y la Comisión Interamericana de Mujeres de la Organización de Estados Americanos, CIM-OEA) y cientos de colectivos de mujeres y feministas sobre todo en América Latina y Europa, han llamado la atención sobre esta situación, a través de denuncias y de propuestas que buscan generar transformaciones estructurales.

El sistema capitalista se sostiene directamente sobre la base del trabajo de cuidados que socialmente se ha asignado unilateralmente a las mujeres. Según datos de la OIT, antes de la pandemia y el confinamiento ya las mujeres tenían a su cargo 76,2 % de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado (más del triple que los hombres).

En Costa Rica, el confinamiento ha dejado a niñas y niños recibiendo sus clases de forma virtual, con lo cual el sistema educativo asume que en los hogares cuentan con la tecnología necesaria para que esto sea posible, pero también, con una mamá con disponibilidad de tiempo para acompañar las clases virtuales y supervisar el uso que sus hijas e hijos hacen de la tecnología. Sin embargo, esto sucede a la vez que muchas de esas mamás están trabajando también desde sus casas, requiriendo incluso el mismo equipo de cómputo, el mismo acceso a internet -cuando lo hay-, y el mismo espacio físico que sus hijas e hijos necesitan para las clases virtuales.

Pero no solo las niñas y los niños demandan cuidados, también lo requieren las personas con discapacidad y las personas adultas mayores -que en el contexto de la pandemia se han convertido en la principal población a proteger-; así como los hombres adultos, sin enfermedades ni ninguna condición de discapacidad, que demandan cuidados porque no son capaces de preparar su comida, lavar su ropa, limpiar su casa ni atenderse a sí mismos. Es decir, la primera respuesta a la pandemia ocurre en los hogares que demandan más tiempo y atención de las mujeres en la provisión de cuidados, mientras ellas de forma paralela también asumen su rol de trabajadoras, pero sin contar con una mayor participación de otros actores necesarios en la corresponsabilidad social de los cuidados, como el Estado, el sector privado o los mismos hombres en sus hogares.

Ahora bien, también es necesario tomar en cuenta que la división sexual del trabajo trasciende -por mucho- el espacio doméstico. Según datos del UNFPA las mujeres representan el 70 por ciento de la fuerza laboral en el sector social y de salud en el mundo (2020). Esto las coloca como respondedoras de primera línea también fuera de sus hogares, donde además del virus, enfrentan el sexismo, la desigualdad salarial y la falta de reconocimiento de la doble o triple jornada que desempeñan por su condición de género.

De acuerdo con la Encuesta Continua de Empleo, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) para el I Trimestre de este año, cuando aún no se sentían los efectos más agudos de la crisis sanitaria, social y económica que atravesamos; la tasa de desempleo abierto para las mujeres fue de 18 %, frente a un 8,6 % en el caso de los hombres. A este dato, de por sí preocupante, debemos agregar otros elementos que nos permiten leer el contexto laboral de las mujeres. Por ejemplo, ellas tienen una participación importante justo en sectores que se han visto seriamente afectados por la crisis, como el turismo, los servicios de restaurantes y la producción de alimentos (ONUMUJERES, citada en Semanario Universidad) (1); además de que el 43 % de las que están ocupadas labora en el sector informal (2).

 

El sistema capitalista se sostiene directamente sobre la base del trabajo de cuidados que socialmente se ha asignado unilateralmente a las mujeres. Según datos de la OIT, antes de la pandemia y el confinamiento ya las mujeres tenían a su cargo 76,2 % de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado (más del triple que los hombres)

 

De acuerdo con datos de la CEPAL, en 2017 el porcentaje de mujeres sin ingresos propios alcanzó en promedio regional un 29,4 %, es decir, casi la tercera parte de las mujeres en América Latina es económicamente dependiente (CEPAL citado por la CIM, 2020). Frente a este desolador escenario las preocupaciones del capitalismo-patriarcado siempre pueden ser más rapaces de lo que cualquiera hubiese imaginado. En días recientes, aDiariocr.com publicó una nota titulada “Disminución de nacimientos pone en peligro economía” donde el analista económico Daniel Suchar planteaba que la disminución de nacimientos pone en riesgo al sistema de pensiones y al mismo sistema económico, ya que tendremos entonces menos personas consumiendo los productos que el mercado ofrece (3).

Más preocupante aún, es cuando estas miradas utilitarias sobre la vida y los cuerpos de las mujeres, encuentran eco en el hacer político. Vemos así que la diputada independiente -que llegó a la Asamblea Legislativa representado a un partido político-religioso- Ivonne Acuña, anunció un proyecto de ley para incentivar el reconocimiento y apoyo a las familias con tres o más hijos (aDiariocr.com, 2020). Este escenario evidencia los enormes desafíos que las mujeres enfrentaban antes de la pandemia para avanzar hacia su autonomía económica y que en el contexto actual se han agudizado, poniendo en peligro hasta la atención de sus necesidades más básicas y las de sus familias.

Según datos del Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU) en los últimos meses no se ha reportado un aumento significativo de los casos de violencia doméstica. En los meses de marzo y abril de 2019 hubo 9152 y 9474 reportes de violencia a la línea 9-1-1, mientras que para los mismos meses de este año fueron 9508 y 8675. Sin embargo, tanto el INAMU como las organizaciones de mujeres y feministas han llamado reiteradamente la atención sobre las dificultades que están enfrentando las mujeres para buscar apoyos fuera del hogar, ya que sus parejas están en la casa y tienen más control del teléfono o cualquier otro medio de comunicación que ellas pudieran utilizar; además de las evidentes limitaciones para tener conversaciones con vecinas, familiares u otras personas cercanas.

En este sentido, tal como señala el INAMU, existe gran preocupación por el debilitamiento o colapso de los sistemas de protección para las mujeres y las niñas, especialmente en los espacios comunitarios, por lo que impulsar medidas específicas para la prevención y atención de la violencia en el contexto actual representa un enorme desafío.

Sin duda, las desigualdades que enfrentan las mujeres en nuestra sociedad trascienden los elementos señalados, sin embargo, los considero representativos de nudos estructurales que en el contexto del COVID-19 se han tensado, evidenciando la urgencia de contar con medidas para evitar que la situación se agrave, o se transforme cuando la pandemia pase. En este sentido, considero urgentes al menos dos medidas, por un lado el fortalecimiento de las redes de apoyo comunitarias y el tejido social, siendo recursos fundamentales para darle solidez al ámbito comunitario, y para mejorar su capacidad de diálogo con la institucionalidad. Por otro lado, considero necesario reflexionar y accionar sobre la sobre exigencia de cuidados que se deposita en las mujeres, donde actores importantes de la sociedad se eximen de su responsabilidad, pero también se invisibiliza a las mujeres que, como seres humanas, también requieren cuidados.

Referencias para el debate

(1) Semanario Universidad, “El COVID-19 carga con más desempleo y desigualdad a las mujeres”, 25 de mayo de 2020, https://semanariouniversidad.com/pais/el-covid-19-carga-con-mas-desempleo-y-desigualdad-a-las-mujeres/

(2) MTSS (2018), “Estrategia Nacional de Tránsito a la Economía Formal. Implementación de la Recomendación 204 de la OIT en Costa Rica”, 25 de mayo de 2020, Recuperado de http://www.mtss.go.cr/elministerio/despacho/Acuerdos/economia_informal.pdf

(3) ADiariocr, “Disminución de nacimientos pone en peligro economía”, 25 de mayo de 2020, https://adiariocr.com/nacionales/disminucion-de-nacimientos-pone-en-peligro-economia/?fbclid=IwAR1Wfl-d1yxbmSWAgKz2S2kbzvqTZbPSwuCgLgmQlKVIhTGSeGAaIJDHKRA