“La pandemia y los nuevos ecosistemas productivos”
“Mercado Central”, Grace Herrera Amighetti (1986)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr
Rafael Antonio Díaz Porras
[email protected]
Donald Miranda Montes
[email protected]
Centro Internacional de Política Económica para el Desarrollo Sostenible
Universidad Nacional, Costa Rica
Número 28
Publicado: 8 de julio de 2020
La pandemia que estamos atravesando ha dejado al descubierto una serie de vulnerabilidades en las dimensiones económicas, sociales, ambientales y, sobre todo, humanas. Esto ha llevado a repensar la forma en que los seres humanos nos relacionamos y, claramente, la forma en que utilizamos los recursos para la producción.
En el plano productivo, las actividades que están asociadas a interacciones directas de las personas han sido muy afectadas, especialmente las de carácter transfronterizo como el turismo. También las de disfrute y entretenimiento, en primera instancia, y cada vez más claro en lo que se refiere al transporte internacional terrestre y los movimientos migratorios. Como pocas veces hemos vivido, el sustento diario ha tenido que ser privilegiado, en términos de disponibilidad de alimentos, junto con la estratégica e ineludible atención sanitaria. De pronto hemos presenciado la revalorización, como necesidad, de la actividad agrícola para la seguridad alimentaria, en su nivel más básico del acceso a los alimentos. Pero también han sido evidentes las debilidades de ésta en su operación en los mercados.
El ingenio no ha faltado. Han proliferado las ventas a domicilio, la inclusión de productos en las canastas de los programas gubernamentales e incluso en las redes de apoyo que se han activado. Lo que ha quedado claro es que, parte de la vulnerabilidad de los productores de bienes perecederos, es no haber desarrollado alternativas de agroindustria que han estado ahí, pero que no se han impulsado, sea porque los consumidores han preferido demandarlos desde la gran industria alimentaria (muchas veces importados), aunado al poco interés en el mercado interno local por parte de las políticas y los mismos productores.
Emprendimientos que están agregando valor en los productos alimenticios se han desarrollado. Por ejemplo, conceptos de encadenamiento de restaurantes con proveedores de condimentos o insumos y ventas directas a los hogares de productos alimenticios preparados en pequeñas escalas. También mecanismos de comercialización locales basados en intercambio de información en redes sociales, así como redes en las comunidades informando a los habitantes acerca de los productores de alimentos ubicados en las cercanías. Han proliferado las cadenas cortas, de entrega de productos en los hogares, que han acercado al productor con el comprador.
Si bien no hay cuantificación de estas tendencias, se han creado algunas nuevas oportunidades de negocio que, mediante emprendimientos, se han incorporado al sector productivo, creando posibilidades de empleo a quienes lo han perdido, o bien favoreciendo la reorientación de los establecimientos formalizados en busca de mantener los empleos. Es claro que esta es una situación paliativa de alcance limitado, cuya permanencia está por verse.
La respuesta desde el consumo hacia el “abastecimiento desde cercanías” ha sido motivada, en un primer momento, debido a la urgencia de disponer de los bienes básicos. Por supuesto que en esta situación los supermercados, que antes de la pandemia tenían ya un gran poder de mercado, lo han aprovechado desarrollando estrategias de cobertura en las ciudades a lo largo del país, siendo, sin duda, los beneficiados de esta coyuntura. En esta situación se destaca la inserción de los emprendimientos locales. Los pequeños negocios, si bien tienen estructuras flexibles y generan trabajo, se enfrentan a las cadenas de supermercados que están sacando más provecho del comercio electrónico, como por ejemplo Walmart, Automercado, PriceSmart entre otras.
Pero, junto a ello, el consumidor ha jugado un papel importante en darle atención al origen de los productos, sea por seguridad, pero también con una importante dosis de solidaridad. El desempleo que amenaza a todos crea estas opciones.
En las redes sociales han aparecido iniciativas dirigidas al consumo de productos y servicios producidos localmente, por el impacto económico que tiene entre sus propios habitantes. Este tipo de tendencias no implican que existe la posibilidad de abastecimiento local en su totalidad, pues no todo se puede producir localmente. Siempre el intercambio inter comunidades es necesario. Ilustrativo, en este sentido, es el intercambio en especie de pescado por verduras entre pescadores de Tárcoles y productores agrícolas de Tierra Blanca de Cartago. Lo significativo de este tipo de casos es la evidencia de que sí hay un espacio en los procesos de consumo para la producción local y cercana. Sin embargo, para consolidar esta relación se requiere de políticas públicas que orienten la relación directa entre comprador y consumidor, surgida en emergencia y donde el espíritu de solidaridad ha sido la brújula.
“El ingenio no ha faltado. Han proliferado las ventas a domicilio, la inclusión de productos en las canastas de los programas gubernamentales e incluso en las redes de apoyo que se han activado. Lo que ha quedado claro es que, parte de la vulnerabilidad de los productores de bienes perecederos, es no haber desarrollado alternativas de agroindustria que han estado ahí, pero que no se han impulsado, sea porque los consumidores han preferido demandarlos desde la gran industria alimentaria (muchas veces importados), aunado al poco interés en el mercado interno local por parte de las políticas y los mismos productores”
La crisis sanitaria, traducida en crisis económica, y cada vez más con matices de crisis política (manifestándose a diferentes ritmos entre las sociedades), ha marcado varias pautas en lo que se refiere al sistema agroalimentario. Y lo hace especialmente en lo que respecta a la necesidad de las políticas para aprovechar la “espontaneidad de las respuestas”, brindando impulso a los emprendimientos productivos, de forma que promueva su desarrollo en los espacios locales, ya no necesariamente rurales sino incluso urbanos.
Un primer aspecto tiene que ver con aprovechar mejor lo que se tiene. Las infraestructuras gubernamentales han jugado un papel importante, manteniendo canales de comercialización desde los productores agrícolas. El PAI, un brazo de los comedores escolares, ha demostrado su importancia, aunque también debe ser rediseñado para que cumpla, con mejor desempeño, su función de crear mercado para pequeños y medianos productores, contribuyendo al mismo tiempo con la seguridad alimentaria, particularmente mediante su vínculo con las escuelas. Por otra parte, se tienen las ferias del agricultor, que permiten la comercialización de productos agroindustriales de pequeña escala y que han logrado responder a los requerimientos sanitarios de la coyuntura. Hacia el futuro es importante retomar la instauración de los mercados de abasto regionales, como el mercado regional Chorotega, el cual ha incorporado en su diseño el fortalecimiento de las cadenas cortas.
Junto a lo anterior, pueden incentivarse los mecanismos de comercialización basados en las redes sociales, aprovechando las capacidades de los jóvenes. Estos mecanismos deberían atraer el soporte de las políticas públicas para potenciar el acceso a estos mercados por parte de los innovadores. Dentro de los programas de apoyo a las mypimes, hay que pasar de la asistencia inmediata para afrontar problemas de pago de sus deudas, hacia el financiamiento del capital de trabajo, asociado lo anterior con el apoyo de emprendimientos innovadores, que permitan su apropiación de nuevos espacios en los mercados, creando empleos.
Es clave, en el desarrollo agroalimentario, el apoyo productivo en temas de calidad e inocuidad. Instituciones como el INA y las universidades públicas pueden jugar un papel importante en esta línea, a fin de generar un impacto en la competitividad de las microempresas y organizaciones productivas, para que ofrezcan seguridad al consumo de sus alimentos, así como tengan capacidad de competir con productos industriales importados.
Para finalizar, otra experiencia relevante, surgida en campañas publicitarias y en comunidades organizadas, es la promoción del consumo de la producción cercana. Esto podría ser el inicio del desarrollo de una mentalidad de “consumidor-ciudadano”, no solamente preocupado por la relación calidad/precio, sino también interesado en apreciar y reconocer el perfil ambiental tanto como el perfil de la trayectoria social en aquello que consume.
El nuevo ecosistema comercial productivo que ha surgido como producto de la transformación de las relaciones económicas, sociales y humanas, se caracteriza por una reducción y/o simplificación de los circuitos de las cadenas agrícolas. En este nuevo ecosistema de mercado, las relaciones entre productor y consumidor no están mediadas por la participación del comercializador, con lo cual se privilegian las cadenas cortas, hasta el momento, orientadas por la solidaridad. Para su consolidación será indispensable la formulación de políticas verticales o selectivas, que promuevan la competitividad de encadenamientos con orientación al mercado doméstico y clúster agrícolas.