“La pandemia contra la democracia”

“Parque de la expresión”, Rodolfo Stanley (1995)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr

Claudio Monge Hernández
Vicerrectoría de Investigación
Universidad Nacional, Costa Rica
[email protected]

Número 23

Publicado: 21 de junio de 2020

La relación entre pandemia y democracia comienza desde el nivel etimológico de las palabras en su origen griego. Pandemia refiere al “pan” y “dêmos”, es decir, a la totalidad del pueblo, por lo que Platón y Aristóteles, por ejemplo, lo usaban como sinónimo de “lo público”. No obstante, hoy se usan para denominar contagios y enfermedades con alcance global. Por su lado, democracia se compone de “dêmos” y “krateîn”, es decir, el gobernar del pueblo, pero su uso moderno nace de la idea romana de “rēs pública”, es decir, “lo público”.

En ambos casos existe una referencia a las personas como base de los sistemas de salud y del gobierno, lo que evidencia como son las relaciones entre las personas lo que funda las organizaciones e instituciones como nuestra Caja Costarricense de Seguro Social y la democracia representativa sostenida por décadas. De manera que la abrupta interrupción en nuestra interrelación por la pandemia del COVID-19, trae consigo una serie consecuencias en nuestras maneras de organizarnos e instituirnos.

Esta primera “peste” global nos muestra cruelmente una innumerable cantidad de fragilidades de nuestra organización política globalizada de Estado mínimo neoliberal, que parecía imparable hasta hace unos meses. Lo que revaloriza el Estado por una parte, pero que sacrifica a la vez la participación democrática y, con ella, décadas de luchas por derechos. No es que vayan a desaparecer las elecciones periódicas, es la participación efectiva de la ciudadanía y las personas la que está siendo más afectada, tanto en sus medios de acción política formales e informales.

Nunca en la historia reciente de la humanidad la relación directa entre salud y toma de decisiones políticas había sido tan fuerte y evidente, poniendo de manifiesto cómo gobierno (krateîn) y totalidad (pan) se acercan, en una visión del pueblo (dêmos) paternalista y restrictiva de la contribución ciudadana y comunitaria para salir de esta crisis. Esto corre el riesgo de no tener vuelta atrás y convertirse en “la nueva normalidad” que tanto se busca, pero con mayor intensidad en el presente y en el futuro, dada la importancia que han tenido las tecnologías de seguridad y control sobre la ciudadanía.

Pese a lo imperativo de las medidas de confinamiento voluntario u obligatorio, en las primeras etapas de la pandemia, la (re)construcción de una sociedad, en-pandemia y pos-pandemia, no puede sacrificar ningún derecho. Por el contrario, debemos comprender como el éxito para vencer el COVID-19 depende de la participación ciudadana y comunal, como lo hemos visto ya con políticas espontaneas de solidaridad para las familias y personas más afectadas, y el respaldo ciudadano mostrado en la última encuesta del PEN/CIEP.

La Gran Cuarentena ha puesto de manifiesto cómo actúa la reificación u objetivación de los sujetos y su equivalencia a las instituciones, en tanto hablamos en términos abstractos de la crisis de salud y de crisis en la economía. Pero éstas refieren en primera instancia a nuestras formas de convivencia, interpersonal, desde los puestos de trabajo y cadenas de producción/burocracia, hasta espacios comunes y públicos de estudio, movilidad, esparcimiento y recreación; ya que es por estas mismas interacciones físicas que se transmite abiertamente el virus, y las que generan las inmunidades colectivas.

La economía y la salud des-objetivizada nos permiten observar que, desde las personas y nuestras relaciones, se fundan instituciones y organizaciones, dentro de ellas el Estado, las corporaciones y empresas. Es decir, no es la salud o la economía la que está en crisis por la pandemia, es la humanidad, las personas, las relaciones, la convivencia, nuestros rituales y rutinas, que día a día dan sentido a la vida. Es, por lo tanto, una crisis civilizatoria.

Dentro de estos aspectos que definen nuestra civilización, está la dimensión política. Ésta atraviesa todas las otras y cuya crisis se nos presenta en un escenario tan volátil como cambiante, día a día, en todos los niveles donde se toman decisiones comunes, desde el grupo primario (“burbuja social”), la familia, el barrio, el pueblo, entre los no-formales; pasando los gobiernos locales y nacionales, y hasta las organizaciones globales (inter/trans/supranacionales), en las formales.

La crisis política se muestra claramente en la ausencia de la población en la construcción y desarrollo de decisiones políticas y de política pública, lo que se muestra en el retraso o suspensión de procesos electorales hasta la desaparición de instituciones públicas y reaparición de tendencias autoritarias, pasando por conflictos entre las competencias de autoridades y poderes republicanos, y múltiples manifestaciones de diversas posturas políticas en todo el mundo, entre otras.

La relevancia del conocimiento científico en estas decisiones (y no-decisiones), principalmente de las ciencias médicas, la vemos cuando, por recomendación de la epidemiología, se cierran iglesias, comercios, industrias y fronteras. Y mientras estos cierran, los centros de investigación y laboratorios están a marchas forzadas ante la necesidad de nuevos saberes sobre la pandemia y sus efectos en todas las áreas del conocimiento.

Una revisión rápida de las naciones que se suelen asumir como “buenos ejemplos” del manejo de la pandemia, como China, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, o incluso Uruguay, la Costa Rica misma y la polémica Suecia, permite encontrar que existe una base científica en el manejo de la pandemia, en donde las ciencias médicas sirven de asesores políticos para los gobiernos, situación que no es nueva, sino que se puede identificar en la historia de los sistemas sanitarios de estos países.

Mientras que los estados que se asocian a “malos ejemplos” de manejo de la pandemia, como EE.UU., Brasil, Inglaterra, Italia, España, México y Nicaragua, han ignorado por años los datos y recomendaciones que la ciencia ha hecho sobre las enfermedades vinculadas a la vida silvestre y la fragilidad de los sistemas de salud en general en casos de brotes descontrolados, lo que claramente condujo a los efectos devastadores de un contagio nunca antes visto. Estas naciones suelen actuar en base a especulación discursiva en favor de las condiciones “normales” económicas pre-pandemia, donde la vida humana es un recurso de capital más.

Costa Rica es un caso exitoso dentro de los regímenes democráticos, y nos encontramos entre el grupo de naciones que ha dado el protagonismo al conocimiento científico como fuente de la toma de decisiones. Es decir, a las proyecciones estadísticas del comportamiento de la pandemia, pero también a otros campos como la virología y microbiología, las ciencias económicas y administrativas, y la propia diplomacia científica.

 

“La Gran Cuarentena ha puesto de manifiesto cómo actúa la reificación u objetivación de los sujetos y su equivalencia a las instituciones, en tanto hablamos en términos abstractos de la crisis de salud y de crisis en la economía. Pero éstas refieren en primera instancia a nuestras formas de convivencia, interpersonal, desde los puestos de trabajo y cadenas de producción/burocracia, hasta espacios comunes y públicos de estudio, movilidad, esparcimiento y recreación; ya que es por estas mismas interacciones físicas que se transmite abiertamente el virus, y las que generan las inmunidades colectivas”

 

Asimismo, hemos sacrificado poco nuestro ideal de gobernanza, ofreciendo múltiples diálogos, aunque no a nivel ciudadano, lo que ha permitido al aparato político moverse sin ceder el poder de veto de decisión final; se ha cedido en la construcción de argumentos sobre el manejo efectivo de la pandemia. La pregunta es ¿cómo recuperamos los espacios participativos en las nuevas etapas de la pandemia?, y ¿qué rol puede tener las ciencias para una recuperación del dialogo político abierto y participativo para la toma de decisiones?

La Gran Cuarentena desarrolla una serie de técnicas de inmunización, las que podemos ubicar en dos grandes grupos:

Primero, las artificiales, donde las vacunas son la mejor opción, las cuales se piensa que llegarán en el mediano plazo y que no dejan de ser objeto de teorías conspirativas o de debate por su posible manejo farmacéutico-comercial. Junto a éstas, los tratamientos efectivos contra el COVID-19, donde se encuentran el plasma, al que el país está apostando, así como el uso de otros medicamentos como la hidroxicloroquina y cloroquina, que no han escapado de la polémica política.

Segundo, las naturales, es decir, la inmunidad colectiva (o de rebaño), de la cual se desprenden medidas tanto afirmativas (aislamiento social, lavado de manos, cuarentenas, cierre de espacios colectivos, restricción a la movilidad, etc.) como negativas (no hacer nada, reducir discursivamente el problema, mover los términos de la discusión hacia la economía, etc.). La diferencia entre éstas es el periodo de generación de dicha inmunidad: las grandes cantidades de enfermos generarán una inmunidad más pronto pero a costa de la vida de las personas más vulnerables (adultos mayores, migrantes, “minorías”, sectores con menores ingresos; un acto necro-político), mientras que el aislamiento y cuarentenas la generarán en mayor tiempo y con menor sacrificio de vidas.

En un balance histórico, estas técnicas de inmunización tienen sus raíces en la relación con lo exterior, pero no sólo del virus ante a las personas, sino entre poblaciones (demos). Estas técnicas se han ido configurando en las diferentes etapas de la mundialización occidental, desde la colonización marítimo y terrestre, hasta la actual fase de globalización por medio de tecnologías de la información. Etapas donde se instituye una motivación inmunizadora frente a la idea del “otro amenazante”, como es el caso de las migraciones. No es de extrañar, entonces, que la toma de decisiones gire alrededor de una inmunización que separa desde los cuerpos hasta las fronteras, intentando evitar así la transmisión en nuestro país y el mundo.

En este sentido, el protagonismo científico no siempre ha sido así. Muchas cosas han cambiado para que las personas de ciencia pasaran de la hoguera, a ser tomados en cuenta en el sistema político. No obstante, surgen dudas sobre la continuidad y ampliación de una toma de decisiones basadas en evidencias, sobre todo en otros aspectos de la sociedad, más allá de los sanitarios, relativos a las ciencias sociales y humanidades, donde se aboga por superar la “otredad” y neocolonización que, con sobradas evidencias, conllevaría una nueva visión de mundo, incluso para el manejo de esta pandemia.

Por ejemplo, considérese la crisis climática y la racionalidad económica que domina la toma de decisiones políticas desde hace siglos, mismas que han hecho de la globalización un tema de mercancías y lucro, mediante procesos neocolonizadores y geopolíticos, con consecuencias funestas sobre poblaciones enteras. Y que sin duda han definido históricamente los efectos de la pandemia que vemos hoy. Las naciones más afectadas acumulan años de debilitamiento sistemático de sus sistemas de salud, informalidad laboral y mayores brechas sociales como las latinoamericanas, y claro está, con sistemas democráticos débiles o poco representativos, cuando no abiertamente totalitarios.

Esto nos habla de la deuda de la ciencia con la ciudadanía, que consiste en hacerse abierta e inclusiva, ya que si bien la labor científica tiene como objeto final un beneficio a la población (demos), se hace con una visión totalizadora (pan) de fondo y no democrática (krateîn). Regularmente las personas y poblaciones son primero fuente de información y público de ese conocimiento, y eventualmente usuarios. Pero escasamente participan de su construcción, pese a la trayectoria de la Investigación-Acción-Participante y Ciencia Ciudadana, y otros enfoques participativos por años han mostrado que es posible la participación efectiva de las personas.

En este sentido, el país no sólo se muestra como un caso exitoso de toma de decisiones basadas en evidencias, sino que también puede hacerlo también al retomar y renovar nuestro modelo de gobernabilidad/gobernanza, en el cual las ciencias y humanidades tienen un rol de contribución con la democracia. Problemas complejos requieren soluciones complejas, y ninguna disciplina científica por sí sola podrá responder las preguntas que nos plantea la Gran Cuarentena.

Renovar la gobernabilidad/gobernanza requiere de nuevos niveles de ejercicio cívico de la ciudadanía y de las organizaciones sociales y comunales, de la apertura de las estructuras gubernamentales, así como de una redefinición profunda de los términos de nuestros diálogos políticos de toma y ejecución de decisiones. Es reencontrar los caminos de decisiones (krateîn) no sólo para el pueblo, sino con el pueblo (dêmos), y para esto todos los sectores requieren de procesos formativos del ejercicio efectivo de su participación, en los que las ciencias y humanidades tienen un aporte decisivo.

Referencias para el debate

Harari, Y. N. (2020). “El Mundo después del coronavirus”, 27 de mayo de 2020: https://www.ynharari.com/es/el-mundo-despues-del-coronavirus/

Houtari, P., & Teivainen, T. (2020). “Horizontes democráticos en tiempos de coronavirus”, Nueva Sociedad, 3 de junio de 2020: https://nuso.org/articulo/horizontes-democraticos-en-tiempos-de-coronavirus/

Ruiz, G. (2020).“Shock pandémico refuerza la democracia tica”. 3 de junio de 2020: https://www.crhoy.com/nacionales/shock-pandemico-refuerza-la-democracia-tica/

Soto Méndez, M. (2020). “Infodemia: la pandemia de noticias falsas sobre COVID-19 también cobra vidas”, Semanario Universidad, 27 de mayo de 2020: https://semanariouniversidad.com/pais/infodemia-la-pandemia-de-noticias-falsas-sobre-covid-19-tambien-cobra-vidas/