“El retorno de la solidaridad”

“Tugurios bajo puente”, Rafael Ángel “Felo” García (1975)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr
Abelardo Morales Gamboa
Escuela de Sociología y Doctorado en Ciencias Sociales
Universidad Nacional, Costa Rica
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Número 6
Publicado: 30 de abril de 2020
Esta crisis ha puesto en evidencia que la economía, bajo el capitalismo neoliberal, no goza de buena salud. Esa metáfora no significa que el virus haya contaminado a los mercados, como se dice, como si estos fueran organismos biológicos, sino que desde hace décadas ese sistema entró en su fase de decadencia “terminal”, según los expertos. Por esa razón, escoger entre salvar la economía o evitar la expansión de la epidemia es un falso dilema. La economía no se salvará de su propia crisis; el coronavirus no ha hecho más que poner en evidencia, profundizar y acelerar la fragilidad global de ese sistema económico. Por eso los gritos de auxilio de los grupos de capital y de las élites empresariales deben ser vistos con objetividad y actitud crítica.
No ha sido desde la economía ni desde los mercados desde donde han surgido las respuestas más eficaces frente a la epidemia, sino desde los sistemas de salud pública, pero solo desde aquellos que gozan de buena salud. Según señalaba un mes atrás el epidemiólogo Tolbert Nyenswah profesor de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins, a la BBC, “la preparación y la acción rápida resultan fundamentales en los primeros momentos del brote. En Europa y Estados Unidos hemos visto que no solo faltaba preparación sino que se ha reaccionado tarde”. Lo primero sigue siendo oportuno donde aún los capitales privados no han causado grandes estragos sobre los sistemas salud y no han privatizado al extremo la medicina. Costa Rica es un buen ejemplo de ello.
Es decir, esa respuesta solo es posible desde el Estado y esta crisis está demostrando que la sobrevivencia humana no depende de las concepciones vulgares del darwinismo, sino de la capacidad de los diferentes grupos sociales para tener acceso a los sistemas de salud, seguros médicos y redes de protección social. Optar por la alternativa ciega de que la economía es más importante significa dejar a millones de seres humanos indefensos frente a la ideología de que el hombre es el lobo del hombre.
Pero tampoco los capitales ni los mercados han acudido a salvar del abismo a los grupos más vulnerables; sino desde los presupuestos y sistemas públicos de asistencia social algunos gobiernos han puesto en práctica diversos paquetes de ayuda, paradójicamente en algunos países, como Costa Rica, bajo la consigna de “menos Estado” enarbolada por una parte del gran empresariado y la extrema derecha. Una gran masa de trabajadores está viendo disminuido su empleo, pequeños productores, trabajadores informales y otros sectores, sufren una enorme brecha en sus ingresos para cubrir sus necesidades. Eso demanda no solo paquetes de ayuda, sino la tarea apremiante de una economía solidaria en la que no se castigue a unos trabajadores para salvar a otros, y más bien que inicie con una estrategia para redirigir parte de las grandes ganancias hacia otros sectores de la sociedad.
“La economía no se salvará de su propia crisis; el coronavirus no ha hecho más que poner en evidencia, profundizar y acelerar la fragilidad global de ese sistema económico. Por eso los gritos de auxilio de los grupos de capital y de las élites empresariales deben ser vistos con objetividad y actitud crítica”
Hay empresarios que han comprendido la importancia de participar en el rescate de sus trabajadores y de otros sectores en condiciones vulnerables, otros por el contrario, cuando se trata de recibir abren sus cajas pero cuando tienen que dar, guardan las chequeras. Retornar la mirada a la sociedad, revitalizando la solidaridad y compromiso sociales, y desapegarse de la alienación producida por el consumismo, la competencia irracional y la velocidad por acumular, es una de las principales lecciones que esta crisis epidemiológica le enseña a todos los seres humanos. La producción de nuevas maneras de organizar la vida pública y privada, la economía, los sistemas políticos y de nuevas culturas, es una invitación que una partícula microscópica nos hace, la tomamos o caemos todos, con la velocidad que veníamos, por el abismo.
La solidaridad frente a la crisis y la epidemia no puede ser simple caridad, más bien debe ser el comienzo de una etapa de refundación de las bases de una sociedad que supere la competencia, el individualismo y la ley del más fuerte. Es necesario regresarle la vida a las instituciones basadas en la contribución solidaria y el compromiso público. Haber descuidado el bien común está resultándole muy caro a aquellos países que se encantaron con la magia del mercado. Ese mercado lejos de ser mágico, resultó frágil en su todopoderosa expansión global y como un enorme castillo de arena se derrumba sobre las masas más frágiles.
Esta pandemia muestra que las debilidades de los sistemas de sanidad no tienen que ver con la agresividad del contagio solamente, sino con la extrema fragilidad del sistema social sobre el cual descansa la globalización. Hemos estado mirando al cielo en espera de que un gran meteorito pueda causar una catástrofe terminal en el planeta. Una materia más bien microscópica infiltrada sobre las redes de la mundialización acabó siendo la amenaza más real e inmediata, precisamente porque viene de la sociedad misma, la que hemos construido, y no de mundos lejanos. Esta crisis no se resuelve con la misma medicina usada frente a las anteriores y recientes crisis, ni siquiera con medidas sanitarias extremas exclusivamente, ni con caridad ni falsas misericordias. Tenemos que aceptar que necesitamos un cambio radical de modos de vida, de formas de organización y de sistemas sociales.