“El aislamiento hiperreal”

“Bailarinas”, Eduardo Barracosa Megrá (1991)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr

Dalia R. Arce Aguirre
Estudiante egresada de la Maestría en Historia Aplicada
Universidad Nacional, Costa Rica
[email protected]

Publicado: 27 de abril de 2020

Las condiciones actuales surgidas a raíz del estrepitoso COVID-19 han causado una serie de replanteamientos y cambios tanto a nivel científico como social. Muchos países tomaron acciones inmediatas para sobrellevar las consecuencias generadas por el virus, especialmente ante el incremento de los contagiados y las pérdidas de vidas humanas. Las sociedades de los diferentes lugares del mundo fueron obligadas a desarrollar un sistema de readaptación. El aislamiento de las personas es prácticamente una de las mayores medidas de contención para evitar la propagación del virus. En este sentido, esas sociedades conformadas por un conjunto de seres sociales -quienes por naturaleza precisan de una interacción y un contacto con los otros- se ven en la necesidad de buscar distintos medios para continuar con el intercambio de su pensar y sentir.

Existe una gran incertidumbre causada a raíz del COVID-19 debido a que no sabemos en realidad hasta cuándo se mantendrá esta situación. Se tiene un desconocimiento total de la cantidad de personas que pueden contraer el virus, de la capacidad de los sistemas de salud para su tratamiento, así como de sus repercusiones económicas, políticas y sociales. Ante este panorama, puede considerarse que el COVID-19 es un punto de quiebre que modificó los estilos de vida de los individuos. El caos de las masas, las compras precipitadas, la desinformación y, en general, un cambio completo en la cotidianidad de las personas, son solamente algunas de las consecuencias inmediatas de todo lo que significa ser testigo directo de una problemática de esta magnitud. Sin embargo, la tecnología es en estos momentos uno de los mejores aliados de la humanidad.

Las redes sociales se convirtieron para muchos y muchas en el método perfecto para continuar la interacción e intercambio con sus semejantes. Desde hace mucho tiempo las tecnologías se han prestado para hacer nuestra vida más sencilla y, en estos momentos de crisis y aislamiento, no ha sido la excepción. En este preciso instante nos encontramos presenciando parte de la modernidad líquida de la cual nos advirtió Zygmunt Bauman; esa modernidad maleable y en constante cambio, que representa toda la inestabilidad y el caos que nos podamos imaginar. Como seres sociales tenemos la necesidad de sentirnos conectados. Los medios y las redes sociales son lo único que nos posibilita la comunicación en el desarrollo de los acontecimientos actuales. Una vez dicho esto, me cuestiono y dejo una pregunta abierta para reflexionar sobre lo siguiente: ¿qué estaríamos haciendo en este momento de crisis mundial sin las tecnologías de información o las redes sociales?

La virtualidad nos ha acompañado desde hace algún tiempo. Antes de la explosión del virus ya nos encontrábamos inmersos en un mundo virtual. Esto nos ha permitido llevar a cabo una serie de actividades sin tener la necesidad de salir de casa. Pensemos en un escenario parecido al actual: remontémonos a la gripe española, surgida en 1918. En términos de contagio presentó algunas similitudes con el virus actual, siendo el aislamiento una de las medidas primordiales para frenar la propagación de dicha enfermedad. A diferencia del siglo pasado, muchos y muchas podemos continuar con nuestra vida desde la comodidad de nuestras casas, con una computadora portátil y una conexión a internet. Quizás esta sea una de las razones por las cuales el ritmo mundial de producción no se ha detenido por completo. Se continúa trabajando, estudiando y teniendo momentos de esparcimiento físico y mental. Entonces, es cada vez más evidente que no podríamos “conectarnos” si no tuviéramos la accesibilidad a las tecnologías.

 

“En este preciso instante nos encontramos presenciando parte de la modernidad líquida de la cual nos advirtió Zygmunt Bauman; esa modernidad maleable y en constante cambio, que representa toda la inestabilidad y el caos que nos podamos imaginar. Como seres sociales tenemos la necesidad de sentirnos conectados. Los medios y las redes sociales son lo único que nos posibilita la comunicación en el desarrollo de los acontecimientos actuales”

 

A pesar de todas las facilidades que muchos y muchas de nosotras poseemos, cabe resaltar que esto lo escribo y lo analizo desde una posición “privilegiada”, en el sentido que puedo tener acceso a una conexión inalámbrica de internet, como muchos de ustedes. Y que con la inmediatez de un click puedo enterarme de lo que sucede alrededor del mundo. El acceso a las redes sociales en muchas ocasiones puede convertirse en el escenario idóneo para las relaciones frágiles. Al final, las plataformas sociales se han convertido en las tecnologías del espectáculo, donde se pueden visualizar vídeos en vivo o de streaming sobre una serie de tópicos como son la transmisión de rutinas de ejercicio, conciertos, recetas de cocina, conferencias, entre otros. Todas estas acciones se realizan con el objetivo de incentivar a la población para quedarse en casa y al mismo tiempo posibilitan que el aislamiento resulte menos desesperante de lo que puede ser. Las actitudes de masas son visibles en los distintos medios, donde se aprecia una gran cantidad de personas realizando las mismas actividades y así por medio de la publicación de las mismas en su “feed” o en sus “stories” demuestran lo productivo que les resulta estar en sus viviendas. Pero, ¿qué sucede con quienes no pueden quedarse en casa? O ¿qué pasa con quienes no tienen acceso a las tecnologías y por ende no pueden acatar las medidas sanitarias respectivas porque su realidad, ya sea social o económica, no se los permite? Quizás estas sean algunas de las preguntas que más vale la pena hacernos en estos tiempos.

Nos encontramos viviendo en una realidad virtual, la cual es producto de la posmodernidad. Ahora, el contacto físico ha pasado a un segundo plano y muchas de las relaciones humanas son el resultado de esos entornos virtuales. Las redes sociales se han convertido en un espacio público sin ninguna limitación temporal o territorial, en donde lo principal es la acción y no la interacción entre quienes hacen uso de las mismas. Compartir las actividades cotidianas en este contexto, condicionado por el encierro, causa que las interacciones físicas sean menos esenciales y, en su lugar, se ha optado por los “contactos” detrás de las pantallas. Por este motivo, se llega a considerar que existe una hiperrealidad en las redes. Lo real no es tan tangible ni tan cercano a nosotros o nosotras. El encuentro entre extraños a través de las pantallas es tan fugaz que termina tan rápido como inicia. A pesar de ello, sentimos un “acercamiento” humano porque vemos a seres que se encuentran en la misma situación que nosotros y nosotras, en el aislamiento, abrumados por la incertidumbre de lo que puede suceder, esperando que todo mejore en algún momento.

Este virus ha demostrado la fragilidad del ser humano. El carácter sorpresivo del curso de las circunstancias una vez más nos ha hecho cuestionar nuestras capacidades, nuestra cordura y nuestras formas de reacción ante situaciones realmente complejas. A partir del caos, se ha hecho irremediable darnos la vuelta hacia nosotros y nosotras mismas. Al igual que las píldoras utilizadas por Huxley, en su maravillosa obra Un Mundo Feliz, para mantener el orden y el control social las redes sociales han funcionado como un placebo para quienes el aislamiento resulta realmente insoportable.

Ahora más que nunca son necesarias las interpretaciones de nosotros y nosotras como cientistas sociales. Realizar un análisis desde distintas perspectivas sobre un fenómeno en común, sin duda nos permitirá en un futuro comprender las dinámicas y comportamientos de los individuos. No es un secreto que el COVID-19 ha remarcado las desigualdades sociales y causará un fuerte impacto -lamentablemente negativo- en las estructuras económicas de todos los países a lo largo del globo. Es posible que repercuta en los sistemas políticos, ha disparado la pobreza en muchos hogares e incluso ha causado un aumento en términos de violencia infantil y de género. Por ello, es fundamental hacer investigaciones de las distintas realidades y circunstancias que han sido afectadas por esta pandemia mundial, sin dejar de lado que estuvimos inmersos en este catastrófico episodio histórico.