“Alteridades en tiempos de pandemia”

“Sin título. Rostros 4”, Néstor Zeledón Guzmán (Sin fecha)
Fuente: María E. Guardia Yglesias, Pincel, Pinacoteca Costarricense Electrónica
www.artecostarica.cr

Patricia Alvarenga Venutolo
Escuela de Historia y Maestría en Historia Aplicada
Universidad Nacional, Costa Rica
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Número 14

Publicado: 25 de mayo de 2020

A través de nuestra existencia incorporamos concepciones del mundo social que nos son transmitidas desde muy diversos espacios de la sociabilidad. En esta forma nos hacemos partícipes de visiones imaginarias que dividen y jerarquizan en grupos determinados a la criatura humana. Estas jerarquizaciones se fundan en estereotipos, es decir, en valoraciones asignadas a la gente desde una posición externa de poder a partir del color de su piel, su género, su pertenencia de clase o bien su inclinación sexual. Estos conjuntos sociales, desde esas miradas hegemónicas, pierden su riqueza y diversidad al ser definidos rígida y contundentemente a partir de unos cuantos adjetivos. Si el puesto que se ocupa en dicha jerarquización social se encuentra en la cima, prevalecerán las valoraciones positivas y, viceversa, cuanto más bajo el puesto ocupado en dicha jerarquización prevalecerán las atribuciones negativas.

Estas construcciones simbólicas se introyectan en nosotros conformando imaginarios sociales que nos permiten operar en el mundo (1). Llegan a formar parte del sentido común, constituyéndose en insumos para organizar nuestras estrategias de adaptación a la vida en sociedad. Podemos ser férreos defensores de los derechos humanos pero ello no significa que, en nuestra práctica vital, estén ausentes dichas jerarquizaciones. Es decir, estos imaginarios compartidos no son simples construcciones falsas que pueden ser, por voluntad expresa, desechadas. Ciertamente podemos enfrentarlas y retarlas pero ello demanda de un esfuerzo colectivo de reinterpretación del mundo. Las personas ubicadas en esos espacios sociales que han sido degradados, constituyen lo que llamamos las alteridades. Se trata de aquellas que no se consideran tan humanas como se concibe ese “nosotros” que comprende a quienes integran o aspiran a integrar los escalones de mayor status social.

Estos imaginarios se van reconstituyendo en el proceso interpretativo de un mundo siempre cambiante. Esa reconstitución puede ser especialmente violenta cuando retos colectivos, desafían la vida social. De acuerdo a René Girard la violencia grupal hacia grupos sociales específicos, se encuentra íntimamente unida al surgimiento de la cultura. Se trata de chivos expiatorios, destinados al sacrificio, como estrategia para desviar la violencia inherente a la comunidad hacia esos otros (2). Estemos o no de acuerdo con su tesis en torno a la violencia sacrificial en el origen de la cultura, es innegable que esos grupos humanos violentados no solo por las instituciones sino también por la sociedad que las sustenta, tienen una evidente presencia en la historia.

La construcción de distancias jerárquicas entre grupos humanos ha permitido que quienes ocupan o desean ocupar las posiciones reservadas para los grupos elegidos, ya sea por mandato social o divino, en circunstancias particulares llamen a la purificación de la comunidad a través del sacrificio de las alteridades. Los aztecas buscaron complacer a sus dioses colocando en el altar sacrificial a sus prisioneros. Durante las pandemias en la Edad Media los judíos culpabilizados por el drama social vivido, fueron objeto de persecución. ¡Cuántas personas, especialmente mujeres, durante siglos fueron torturadas y quemadas vivas, en nombre de un Dios que demandaba la purga de infieles y herejes! Los nazis llevaron a cabo el holocausto alegando explícitamente la purificación de la raza aria.

En momentos de incertidumbre, de catástrofe, de pérdida de las certezas básicas que permiten al ser humano ubicarse en la vida cotidiana, se activan y reconstituyen los imaginarios que dan cuerpo a la alteridad. Estamos viviendo una coyuntura realmente excepcional. De un momento a otro se ha trastocado nuestras vidas. Entramos en una era, que hace un par de meses no hubiéramos podido imaginar pero que no por ello deja de ser particularmente diáfana. Teníamos la falsa ilusión de que eran bien sólidos los pilares que sostenían el mundo que conocemos y de repente se erosionan antes nuestros ojos como si hubieran sido construidos de arena en medio del mar. La fragilidad humana se nos ha mostrado en su total dimensión. De repente carecemos de toda protección frente a un virus que nos acecha en los espacios por los que normalmente hemos transitado con seguridad y comodidad. Un sistema de salud pública debilitado, en las últimas décadas por el imperante sistema neoliberal, nos ha llevado a presenciar escenas escalofriantes, inconcebibles, en el mundo del siglo XXI como la de centenas de miles de muertes ocurridas en el interior de hospitales desbordados, en las casas, las calles, y en medio de las filas interminables de enfermos en la entrada de los centros hospitalarios de Guayaquil. La ciudad de Nueva York, símbolo por excelencia del poder de la primera potencia del mundo, ha mostrado su rostro adusto cuando hemos visto morir a las gentes pertenecientes a minorías étnicas y poblaciones pobres carentes de atención médica. En todo el mundo un sistema de salubridad fundado en la reproducción del capital, ha sido incapaz de enfrentar la pandemia. La población del Amazonas, recientemente víctima de múltiples incendios provocados en el contexto del pillaje institucionalizado de las tierras indígenas, en la actualidad se encuentra expuesta a un virus cuya tasa de letalidad, podemos sospechar, será de las más altas del mundo aunque quizá nunca lleguemos a tener datos fidedignos al respecto. La vulnerabilidad física de esta población sometida a múltiples carencias y, en particular, al abandono de las instituciones estatales, anuncia una tragedia de altas proporciones.

La riqueza generada en el mundo es inconmensurable. Sin embargo, no está disponible para financiar un paro mundial de unos cuantos meses. El avance de la tragedia sanitaria va acompañado de quiebras masivas de empresas, sobre todo pequeñas y medianas, que a su paso deja una estela de desempleo y de hambre, colocando en situaciones límite a decenas de millones de personas solo en América Latina. Las generaciones actuales nunca han experimentado un futuro a corto plazo tan incierto. A través de la historia hemos visto que, ante situaciones límite, los seres humanos podemos sufrir transformaciones subjetivas que pueden conducir a un súbito abandono de los valores éticos incorporados a través de nuestra vida, valores que han convivido ambivalentemente con jerarquizaciones que hacen “más humanas” a unas personas frente a otras. Ante la sensación de desestabilización, descubrir chivos expiatorios puede hacernos sentir que, en medio de la tormenta, encontrar y castigar a supuestos culpables de nuestra tragedia, ofrece la tranquilizadora, aunque falsa, sensación de retorno a la estabilidad.

En nuestra “normalidad”, la violencia hacia las alteridades ya es parte de la vida cotidiana. Femicidios es una palabra creada para expresar los asesinatos de un grupo de la población directamente relacionados con su identidad de género. La xenofobia, aun cuando ha sido fuertemente combatida por sectores significativos de la sociedad civil, está presente en Costa Rica y, en momentos de crisis, hemos asistido a su activación. El combate a la homofobia por parte de las organizaciones de la diversidad sexual ha dado buenos réditos, pero también en los últimos años aquella ha resurgido con vigor en los espacios del fundamentalismo religioso. En fin, desde múltiples dimensiones se han construido alteridades. Las manifestaciones de violencia hacia ellas, de ninguna manera nos han sido ajenas. No obstante, en momentos como estos, esas prácticas y discursos de odio pueden tomar rumbos inusitados en los que esos “otros” quedan expuestos a la violencia pues sus posibilidades de encontrar protección institucional se reduce a la mínima expresión, o bien, como sucedió en la Alemania nazi, la agresión deviene del seno mismo del Estado.

 

“En momentos de incertidumbre, de catástrofe, de pérdida de las certezas básicas que permiten al ser humano ubicarse en la vida cotidiana, se activan y reconstituyen los imaginarios que dan cuerpo a la alteridad. Estamos viviendo una coyuntura realmente excepcional. De un momento a otro se ha trastocado nuestras vidas. Entramos en una era, que hace un par de meses no hubiéramos podido imaginar pero que no por ello deja de ser particularmente diáfana”

 

No obstante, hoy resulta particularmente inquietante que a los estereotipos negativos atribuidos a grupos humanos hoy se suma su presunta amenaza sanitaria. En el sentido común prevaleciente, desarrollado hace escasas semanas, los cuerpos que pueblan la pobreza y exclusión social, mezclados impúdicamente en los sobrepoblados barrios de la miseria, en las calles de las que dependen para ganar cada día el sustento, incapacitados de respetar el distanciamiento social reglamentario de metro y medio, se convierten en peligroso foco de contaminación para los ciudadanos medios. La construcción de esta nueva “amenaza”, se suma a aquellas construidas en discursividades de vieja data que los han representado como sujetos caóticos, violentos y moralmente distendidos. Nuevas argumentaciones se agregan a los discursos de rechazo social.

No obstante, las alteridades también se construyen al interior mismo de esos mundos de pobreza y exclusión. Participantes de una determinada comunidad pueden convertir repentinamente a vecinos, preferiblemente a aquellos con los que tienen diferencias étnicas o religiosas o de otro tipo, en sujetos destinados al exterminio. En Haití hace algunos años decenas de sacerdotes vudú, culpabilizados por la expansión del cólera, fueron ultimados con la esperanza de que con su muerte la comunidad recuperara el bienestar.

La xenofobia ha generado manifestaciones violentas alrededor de América Latina y Costa Rica no es excepción. En este país se han difundido memes relativos a la población migrante nicaragüense cuya humanidad se esfuma al ser representados como simples objetos transmisores de la pandemia. Se trata de nuevo de una alteridad de densa historia pero que, en la actualidad, adquiere nuevas dimensiones. Sectores de la sociedad costarricense, responden a la inédita crisis que acompaña la pandemia, lanzando sus dardos contra una sólida comunidad nicaragüense, ubicada en espacios laborales estratégicos de la economía nacional en una coyuntura de violento deterioro del mercado laboral. La irresponsable actuación del estado autoritario nicaragüense, al ocultar la gravedad de la pandemia, dejando en la indefensión a la población del país solo contribuye a alimentar el explosivo discurso que vincula al migrante con la enfermedad y la muerte. En este contexto, las manifestaciones de la violencia xenofóbica se alimentan con nuevos imaginarios de rechazo que fortalecen la fantasía del retorno a la estabilidad pérdida.

En estos escasos dos meses hemos visto aparecer en América Latina una nueva alteridad. El personal sanitario que ha gozado de la estima y consideración de la sociedad hegemónica, actualmente es aplaudido por esta, pero a la distancia. Conocemos múltiples narraciones acerca del acoso del vecindario a profesionales de la medicina y la enfermería. Contradictoriamente, aun cuando se reconoce que estos constituyen el único escudo efectivo para combatir la pandemia, en el imaginario social sus cuerpos constituyen amenazantes portadores del virus. En países que se enfrentan al desborde de la institucionalidad sanitaria, la mayor exposición al contagio de estos soldados al frente de la guerra contra el virus, ha convertido el heroísmo en un término cargado de ambivalencias, donde el reconocimiento y el rechazo se alternan sin solución de continuidad.

Walter Benjamin nos convoca a escuchar los ecos del pasado, para evitar que situaciones límites vuelvan a germinar. No obstante, las voces de la sabiduría corren el riesgo de ser opacadas por la estridencia de la retórica violenta. Los agentes del Estado, quienes deberían de ser actores fundamentales frente a estos escenarios posibles, difícilmente cuentan con la capacidad y no en pocos casos con la voluntad de desafiar procesos de activación de la violencia sobre las alteridades. Incluso hay indicios de que, desde el poder del Estado, se perciban buenos réditos políticos movilizando olas de violencia sobre las alteridades. Tuvimos oportunidad de observar una escena ubicada en la prisión de Izalco, El Salvador, en la que centenares de cuerpos dóciles, semi-desnudos y con la cabeza rapada, llegan corriendo de uno en uno con la espalda doblada para apiñarse de cuclillas en un inmenso patio con sus compañeros de prisión. El dantesco escenario trajo a la memoria las imágenes de los prisioneros judíos en la Alemania Nazi. Esta macabra composición coreográfica, realizada bajo la batuta del presidente Nayib Bukele advertía acerca de las potencialidades del poder para conducir cuerpos, otrora desafiantes, hacia la más absoluta vulnerabilidad… perfectamente dispuestos para la acción sacrificial.

Referencias para el debate

(1) Sobre la fuerza de los imaginarios sociales en la construcción del poder puede consultarse: Bonislaw Backco, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas. (Argentina: Editorial Nueva Visión), 1991.

(2) René Girard. Los orígenes de la cultura. Conversaciones con Pierpaolo Antonello y Joao Cezar de Castro Rocha. (Madrid: Editorial Trotta), 2006.